El que fue el mayor aeropuerto de Berlín se encuentra en pleno corazón de la ciudad. Esta legendaria curva que simula las alas abiertas de un águila (símbolo de las Fuerzas Aéreas Alemanas) ha sobrevivido al paso del tiempo. La cultura y el sentimiento de una nación, y también de una época, envuelven el edificio: las emociones experimentadas por otra gente siguen presentes en el ambiente.
Construido según uno de los principios de la arquitectura nazi, la teoría del valor de las ruinas (Ruinenwerttheorie, 1934), fue diseñado para ser construido con materiales sostenibles, aplicando ciertos principios de la física, para que, en palabras de Albert Speer, incluso en estado de decadencia, después de miles de años, sus restos perduraran, a semejanza de las ruinas romanas. Es, pues, un edificio concebido para la eternidad.
Con el paso del tiempo, este gigante de piedra caliza y travertino ha quedado relegado, desplazado en plena ciudad, entre el moderno día a día de sus habitantes. Un espacio lleno de historia pero con un futuro incierto, un legado silencioso anclado a un momento indefinido. El águila ha dejado de volar y el ciclo se ha cerrado, pero el destino del aeropuerto de Tempelhof sigue abierto.




















